El Universal

UNA SEMANA CON VILLA. SE CUMPLE UN SIGLO DE LA HISTÓRICA ENTREVISTA

Al principio, se mostró molesto, pero después habló de sus convicciones y creencias. Aquí, un resumen de aquella entrevista

RAÚL J. FONTECILLA raul.fontecilla@clabsa.com.mx

El 12 de junio de 1922, este año se cumplió un siglo, EL UNIVERSAL publicó la primera de siete partes de una entrevista exclusiva con Doroteo Arango “Francisco Villa”, quien pocos años atrás había liderado a la División del Norte durante los conflictos armados de la Revolución Mexicana. La pluma, nada menos que del célebre reportero de este diario, Regino Hernández Llergo.

Tras una negativa inicial, el caudillo consintió dar la entrevista para que el público —“mi raza”, como él decía—, conociera su día a día tras la guerra y sus opiniones de sucesos del momento.

Esto quizá se vio motivado por el hecho de que el Centauro del Norte estaba consciente de su reputación en la capital. En sus propias palabras “Yo sé que en [la ciudad de] México Francisco Villa es un bandido. Para aquellos lugares, yo soy un hombre malo”.

Los diálogos entre Villa y Regino se acompañaron del pintoresco relato del viaje, al que se sumó por decisión propia una mujer conocida como Emilia, “vengadora de agravios, pero con más pantalones que usted y que yo”, quien aspiraba a conocer en persona a Pancho Villa.

A cien años de esta entrevista, recordamos un dato curioso por cada uno de los siete días que el periodista, su compañero fotógrafo Fernando Sosa y la inesperada Emilia pasaron en la hacienda de Villa en Durango.

“EL GENERAL VILLA NO QUIERE A LOS PERIODISTAS”

Tras el viaje en tren a Chihuahua, llegó una sorpresa para nuestro equipo. El general se encontraba en su casa de Parral, y podían verlo a la brevedad, mediante la ayuda del amigo del caudillo, coronel Félix Lara.

Si bien contaban con cartas de recomendación y la mejor disposición, los rumores sobre la “salvaje” personalidad de Pancho Villa preocupaban a los enviados de este rotativo, de modo que preguntaron al coronel Lara qué opinaba el general de los periodistas.

“Pues oigan ustedes, les hablaré con franqueza, el general Villa no quiere a los periodistas…”. Aclaró que su intención no era asustarlos, pero que consideraba su deber ser honesto.

Sólo Emilia se mostró despreocupada cuando llegaron a la casa de Villa, vigilada por exDorados de su escolta personal, en las afueras de Parral.

Sin dirigirles una palabra, Villa se retiró sólo con Lara, quien se esforzó por una hora en convencerlo de acceder a la entrevista. La primera entrega concluyó con el momento en que el coronel informó “Vengan, señores. El general Villa les espera”.

Villa llegó a un acuerdo con Regino y Sosa: conceder la entrevista con tal de que se dijera la verdad, sin importar si le beneficiaba o perjudicaba. Para conveniencia del reportaje, los invitó a la hacienda que le otorgó el gobierno en Canutillo, Durango.

LA CABALLEROSIDAD DEL GENERAL VILLA

En una noche “oscura como boca de lobo”, luego de un par de horas en carro, tres figuras se acercaron a los viajeros. Eran ex-Dorados enviados para ayudarles con el equipaje.

Tras una breve recepción, una puerta se abrió y la luz del interior de la casa dejó ver la sombra del general Villa, que los saludó, no sin extrañarse por la presencia de Emilia, con cuya llegada no había contado al inicio.

“¿Y esta señorita?”, preguntó. Regino le explicó que era una amiga que venía con ellos porque quería conocerle. Contrario a los rumores de su bárbaro carácter, el general saludó a Emilia de forma cortés, con una ligera inclinación: “Francisco Villa… Servidor de usted.”

Acto seguido, los condujo a un comedor para que cenaran, y de nuevo sorprendió con sus modales, pues sin titubear les acomodó la banca en que se sentarían a la mesa.

Hernández Llergo fue sincero con su incredulidad: “después de tanto susto, de tantas cosas que les dijeron en el camino”, se preguntaba si ese hombre “tan amable, tan caballeroso, tan correcto con Emilia” era el “temible” general Villa.

La impresión de Regino sobre la hospitalidad de Villa se resume en su expresión “¡Pero si éste —dentro de su rusticidad— es todo un caballero!”.

Consciente de que sus afirmaciones tendrían un impacto agitado en el país, el periodista dejó claro que él sólo podía hablar del hombre que conoció en persona y desligó la entrevista de los eventos ocurridos en años pasados.

Tras cerrar la puerta del cuarto que les preparó —la habitación de sus hijos, Octavio y Agustín—, les dijo “A la hora que se paren mañana, me buscan donde esté, para echar la platicada”.

DE PUEBLO EN RUINAS A FUNCIONAL HACIENDA

La mañana siguiente, camino a ver a Villa, vieron una iglesia en ruinas, un edificio de correo y telégrafo, una calle en construcción flanqueada por casas nuevas, una huerta que ya florecía y un cobertizo lleno de distintas máquinas agrícolas.

Encontraron al guerrillero retirado trabajando en la reparación de una máquina trilladora, quien al saber de su presencia se les unió para “echar la platicada”. Conforme conversaban, recorrían la hacienda en que trabajaban afanosas cientos de personas.

Al dar de nuevo con lo que el general llamó “oficinas públicas” de correo y telégrafo, resaltó que el gobierno no había aportado “ni un centavo” para levantar esos espacios para la población local.

Afirmó que al llegar él, incluso las casas necesitaban piso y techo. Sostuvo que él, en cambio, pagaría de su bolsillo el costo de las líneas telefónica y telegráfica.

Para la siguiente entrega, reportero y fotógrafo visitaron la Escuela Oficial Felipe Ángeles. Se trataba de cuatro hileras de edificaciones alre

Encontraron a Pancho Villa trabajando en la reparación de una máquina trilladora; al enterarse de la llegada de los enviados se les unió para “echar la platicada”.

dedor de un patio cuadrado, de las que seis eran salones: tres para niñas y tres para niños.

Parte del edificio servía como recámaras para los profesores, pero cuando pidieron permiso al general para tomar fotos, éste se negó:

“Déjenme primero pedirles licencia a los profesores, yo los respeto mucho y no quiero meterme en asuntos de la Escuela, sin el consentimiento de ellos”, dijo Villa.

Momentos después, el director y los demás profesores fueron salieron con sus estudiantes y los formaron para una foto grupal, y acompañaron el recorrido por las instalaciones, durante el receso.

Acerca de las condiciones en que vio los salones de clase, Regino comentó: “Estos están arreglados, como lo puede estar el mejor de la República”.

Una de las pocas frases de Villa que resultan célebres en la cultura popular es su opinión de la educación, por encima de la guerra. Fue ese día que EL UNIVERSAL lo dio a conocer.

“Yo, señor, ya ve usted, cómo he logrado que los alumnos y los profesores estén contentos en Canutillo: a los chamacos proporcionándoles todo lo necesario para que se instruyan; a los maestros, respetándolos como yo los respeto, y pagándoles con puntualidad… Yo prefiero pagar primero a un maestro y después a un general”

“PUEDO MOVILIZAR A 40 MIL HOMBRES EN 40 MINUTOS”

En la quinta entrega, ya era usual para los huéspedes de la hacienda de Canutillo que la cena transcurría una vez más en plática con el general. Él habló orgulloso de sí: “Yo, señores, soy un soldado de verdad. Yo puedo movilizar cuarenta mil hombres en cuarenta minutos”.

Nuestro reportero no ocultó su asombro, y Villa le dijo que comprendía que eran “palabras mayores”. Explicó que pese a que no era un “hombre culto”, sí contaba con otro atributo: “…pero tengo inteligencia, una inteligencia dotada por la Naturaleza”.

Regino comentó que el poeta y diplomático peruano, José Santos Chocano, afirmó alguna vez que Villa era “como una buena mezcla de Bolívar y Napoleón”.

Por su parte, el duranguense se basó en sus antecedentes, pues afirmó que lo que decía, ya lo había hecho. Se tomó como ejemplo la organización de las fuerzas villistas en su entrada a la Ciudad de México en diciembre de 1914. “¡Y eso que sólo eran 23,000 hombres!”, agregó.

El caudillo dejó de atribuirse méritos al mencionarse al extinto general Felipe Ángeles, revolucionario maderista y “un hombre a quien yo quise mucho”, confesó.

“Pero toda esa buena organización se la debí al general Ángeles, una gloria de mi raza, un hombre muy bueno a quien debo gran parte de mis conocimientos militares.”

Los emotivos elogios de Villa a Felipe Ángeles continuaron hasta que le mostró a Regino y al fotógrafo Fernando Sosa el busto de bronce que mandó a hacer, con el rostro de su amigo. Pesaba una tonelada y le costó 5 mil pesos de entonces.

LA BIBLIOTECA PERSONAL DE PANCHO VILLA

El día siguiente, Villa aprovechó una plática de sus conocimientos de agricultura, en los cultivos de la hacienda, para comentarle a Regino: “Yo sé de todo, señor. Lo único que me faltó fue cultura. Pero todas las noches, desde que estoy en Canutillo, estudio unas cuantas horas”.

Como esperando sorprender a Regino, agregó “en mi sala, tengo mi biblioteca”. El reportero sólo respondió “Hace usted muy bien, general”.

Satisfecho, Villa lo invitó a entrar. Salieron de la huerta en que se encontraban y al llegar a la sala Regino vio que en efecto, se trataba de un pequeño espacio adecuado para leer y estudiar, con “un elegante librero lleno de numerosas obras interesantes”.

Obras que llamaron la atención de nuestro compañero fueron Las maravillas del año 2000¸ del italiano Emilio Salgari, en la que los protagonistas toman una poción para dormir cien años y así conocer el tercer milenio; Pedagogía de Rébsamen, uno de los educadores más influyentes en el sistema educativo mexicano; Geografía de [Miguel] Schultz, geógrafo de origen alemán que llegó a ser rector de la UNAM.

Contaba con una Gramática castellana de Rafael Ángel de la Peña, diplomático y filólogo mexicano que trabajó como profesor decano de la Preparatoria Nacional y que fue miembro fundador de la Academia Mexicana de la Lengua. Incluso, a pesar de la antipatía que Villa sentía hacia Estados Unidos, tenía un ejemplar del Primer curso de inglés. Berlitz.

Villa cerró la ocasión con la frase “Ya ve usted que Francisco Villa estudia”.

“YO SOY LIBRE PENSADOR”: EL RESPETO DE VILLA A LAS CREENCIAS

Para la última entrega, de vuelta en el corazón de la hacienda, el general y sus invitados visitaron la iglesia, o lo que quedaba de ella. En aquel mayo de 1922, el edificio funcionaba como expendio de víveres para los trabajadores y como almacén para gasolina y alimentos.

Tan pronto entraron, el periodista se quitó el sombrero, pese a que ni Villa ni Sosa hicieron lo mismo. Como el gesto llamó la atención de Doroteo Arango, le preguntó:

“¿Qué es usted fanático, amigo?”. A lo que Regino respondió “No, general. Fanático no, católico sí”.

Sin esperar preguntas al respecto, Villa explicó la situación: “Cuando caí en Canutillo pensé en reparar todo, menos la iglesia. La iglesia no la he tocado, pero tampoco la he destruido. Está como me la entregaron.”

De nuevo por cuenta propia, agregó “Yo no soy católico, ni protestante, ni ateo… Yo soy libre pensador. Yo sólo creo en un poder sobrehumano, pero me gusta respetar todas las creencias. Lo mismo respeto al que es católico, como al que es protestante, como al que no tiene religión”.

Estas palabras quizá tengan un peso distinto hoy, en comparación con los años 20. Pero entonces el país estaba a pocos años de entrar en el conflicto civil armado que sacudió a México tras la Revolución: la Guerra Cristera.

Al final, sentenció “el clero es una de las más grandes calamidades de mi raza, pero hay que respetar todas las creencias”.

EL ADIÓS A VILLA Y CANUTILLO

Al otro día ya no hubo más “platicada”, pues a Pancho Villa se le agravó un catarro al grado de dedicar su tiempo a “una curación en toda forma”, de modo que se vio obligado a permanecer un total de tres días en cama.

Regino, Fernando y Emilia expresaron al coronel Trillo su deseo de regresar a México. Como última atención, Villa ordenó que se alistara para los viajeros su automóvil Dodge.

A pesar de que el carro partiría a Parral a las 4 de la madrugada, el general, pálido, tosiento y cubierto en cobijas, los recibió en su habitación con su esposa para la corta despedida.

“Estamos verdaderamente agradecidos con usted. Y aunque no valemos nada, nos ponemos a sus órdenes en EL UNIVERSAL…”, comentó Regino, para verse interrumpido por una última declaración de Pancho Villa:

“No, muchachos. Nunca hay que decir, ‘no valgo nada’. Todos tenemos algún valor. Todos los hombres, grandes o pequeños, necesitamos de los otros en la vida. No lo olviden, muchachos”.

Cien años después, la opinión popular sobre Francisco Villa, a quien se llamó guerrillero, bandolero, general, y hasta revolucionario, no ha cambiado mucho, y es que las cualidades menos humanas de Villa no son fáciles de olvidar.

Cabe preguntarse si el duranguense habría accedido a dar la entrevista por conveniencia política, aconsejado por sus amigos.

Eso y más quedó sin responder, pues sólo un año después moriría acribillado, al parecer en el mismo Dodge que llevó a Emilia, Fernando y Regino de regreso a Parral, camino a la Ciudad de México. •

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